lunes, 22 de marzo de 2010

CON VOZ PROPIA

( POESÍA IV )

Acabo de recibir un artículo de Enrique Gracia para este monográfico. Una comunicación, con voz propia, que elevo a entrada por su interés y porque no todas las entradas en este debate tienen que ser mías. Cuando un escritor de la talla de Enrique decide hablar, habla en profundidad. Amén de que el debate, como se ha visto, se pueda estructurar en partes evitando que se llegue, como ocurrió en Poesía II, a pasar de cien comentarios. Asi se facilita la evolución de lo que se tiene como objetivo convertirse en libro y se permite la expansión y la extensión de las opiniones.

ARTISTA INVITADO: ENRIQUE GRACIA TRINIDAD.

Perdonarás que ande callando (¡caramba, un gerundio!) en un debate tan notable pero ya sabes que Erasmo de Rotterdam, que era un lince, decía que “la verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno”. Así, me es tan ameno el silencio contigo, tan cómplice que no precisa romperse para que crezca la amistad y la admiración.

Pero, en fin, comentemos.

Tienes muchísima razón en cuanto argumentas, aunque es preciso avisar de algunos peligros.

Algunos de los “nuevos poetas”, tengan la edad que tengan, están influenciados con grave dolo o más bien desinfluenciados por su falta de lecturas, por el escaso criterio al elegirlas, por la mala educación literaria recibida (hablo incluso de la universitaria) y por creer ingenuamente que la poesía que leen traducida, con el criterio snob de que lo de fuera les hace más cultos, fue creada como la ven en la traducción. Muchos de ellos están cometiendo el craso error de pensar que casi todo vale. Si además citan un poeta extranjero se sienten en el colmo de la modernidad. Se da el caso de que muchos que hablan con petulancia de Krystyna Rodowska, de Kavafis o de Ginsberg, no han leído más allá de un soneto de Lope de Vega, desconocen el romancero castellano y son incapaces de entender a Góngora o a Quevedo porque ni se han parado a leer y a pensar.

Por eso hay muchos que desprecian la métrica — “Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.” decía Antonio Machado, harto de razón, poniendo a Castilla como paradigma de España, aunque se moleste algún catalán—. También desprecian las más sencillas normas de la eufonía y hablan pedantescamente de “su ritmo personal”, de “su aliento poético”, de “su sonido propio”, cuando en realidad carecen de ritmo, les falta el aliento y suenan a cascajo.

No hay arte sin disciplina, no hay inspiración sin transpiración. Cierto que a veces puede sonar la flauta por casualidad, pero ahora son legión los borricos que tras soplar sin saber muy bien por qué, presumen de su música asnal.

¿Estoy siendo muy duro? Pues verás:

Tú tienes razón al decir que se pueden mezclar versos pares e impares, que no hace falta evitar las rimas agudas, que la manía a los gerundios es excesiva (aunque Manrique los utilizaba con su criterio y sus medios medievales de lenguaje que ya está un poco superado ¿no?) pero abogas por conocer las técnicas, los modos, la tradición, las herramientas, para después, desde el conocimiento, buscar la forma personal que se corresponda con el mejor de los fondos. Ahí es donde tienes toda la razón y donde la mayoría de los poetas “inspirados y nada más” se estrella.

No hay pintor que de forma autodidacta o en escuela no se haya preparado, buscado ejemplos, copiado a maestros, hasta sacar de mucho esfuerzo su propia pintura.

No hay músico que no haya estudiado, con más o menos profundidad, solfeo, armonía, técnica instrumental, y escuchado y analizado miles de obras de todo tipo. Hablo de músicos, no de rascaguitarras y aporreatambores.

¡Por qué diablos tantos poetas se creen que con no ser analfabetos y haber leído un poco a Bécquer ya son escritores y sus poemas deben ser publicados y celebrados!

También tienes razón cuando dices que hay que “dejarse de clasificaciones y de corsés literarios y entrar en el fondo del contenido”, y también cuando añades con prudencia suma: “y en el fondo de la forma”. ¡Claro! ese es, creo el auténtico secreto que no por dicho a voces se acepta y se cumple siempre: Hay que decir algo y decirlo de una buena manera. Hay pocos poetas que, como haces tú siempre, enarbolen el pensamiento en su poesía. Las más de las veces se hacen jueguecitos de artificio más o menos poéticos en el aspecto, ejercicios de visualización del propio ombligo, enamoramientos y desenamoramientos repetidos hasta el aburrimiento, palabrería supuestamente poética que no deja de estar mil veces oída.

No se trata ya de la forma que decíamos, sino del fondo que no sé qué es peor. Cuando no se sabe qué decir es mejor no decirlo y cuando no se ve que lo que se dice no tiene maldito el interés es porque los malos colegas han aplaudido para que luego les aplaudan a ellos, y nadie ha sido capaz de decir por ahí no, amigo, que no vas a ningún lado.

Hay que remitirse siempre a aquella respuesta burlona que dio el poeta peruano Ricardo Palma a un mozo que le pedía consejos para hacer “siquiera una oda chapucera”:

“... Es preciso no estar en sus cabales
para que un hombre aspire a ser poeta,
pero, en fin, es sencilla la receta.
Forme usted líneas de medidas iguales,
luego en fila las junta
poniendo consonantes en la punta.
-¿Y en el medio? -¿En el medio? ¡Ese es el cuento!
Hay que poner talento.”

Y por si fuera poco, luego están los “oscuros”. Esos poetastros que se piensan que hay que hacer el Góngora y ponerse lo más difíciles posible, tanto que ni ellos se enteran (Góngora sí se enteraba porque era culto e inteligente) Estos no, estos se las dan de poetas esenciales y no hacen más que recordarme aquella décima genial de Jacinto Alonso Maluenda que se titulaba “Epitafio a un poeta culto” y que dice:

Yace aquí un versificante,
que con lenguaje no terso,
gastaba en todo su verso
candor, sandalia y brillante.
En lo claro fue ignorante,
lo culto tuvo por guía,
entre confusión vivía,
tanto, que fue en tal abismo
tan obscuro, que aun él mismo
no entendió lo que escribía.

Cierto que no es preciso que la poesía tenga que ser vulgar de tan clara. Que no hay por qué descender a niveles ordinarios, pero todo tiene su punto y ahí está la dificultad. Siempre recuerdo también lo que dijo Alberti:

“Poeta, por ser claros no se es mejor poeta.
Por ser oscuro, poeta -no lo olvides-, tampoco”.

Y es que los maestros no dejan de enseñarnos, aunque ahora se desprecien y lo importante sea conocer de paso y mal a algún extranjero de moda y despreciar a quienes han creado con buenas obras nuestra lengua.

Voy terminando.

Tienes muchísima razón cuando hablas de la poesía como “creadora y liberadora del alma y la mente del Hombre y, por tanto, base permanente de la evolución del conocimiento”

Y tanta o más razón cuando insistes en que, aunque nos acerque al infinito, es un producto del lenguaje, un modo de expresión literaria, nada ajeno a los géneros.

Eso te va a indisponer, si es que se enteran al leerlo, con los empeñados en que la poesía es sentimiento sobre todo y por eso, cualquier regüeldo sentimental repetido hasta la saciedad es poético. Se te van a poner de uñas los que defienden el automatismo sin reflexión, la maldita inspiración sin trabajo previo y posterior. Te llamarán, o nos llamarán pedantes a los que, sin desdeñar emoción y sentimiento, insistimos en que la poesía se hace con palabras, con lenguaje, con observación voluntariosa de lo exterior y lo interior hasta que el poema —la obra de arte a fin de cuentas, el artificio...— se va configurando.

Con todo esto que tú dices y corroboro, la cuestión de la forma empieza a palidecer aunque yo quisiera que no lo hiciese tanto que la poesía resultase un regalo exquisito envuelto en un papel tal malo y tal detestable que nadie quisiese abrirlo.

Creo que ambos defendemos el trabajo de las ideas, la inteligencia puesta al servicio de esas ideas a través del lenguaje... Y eso no les interesa a los que manejan mal el lenguaje, andan flacos de ideas, cortos de lecturas, miran más a su ombligo que al mundo, y la vanidad los deja alicortados.

Insisto en citar a mis maestros, nada soy sin ellos, que siempre me dan pie cuando me pongo ante en teclado. Me refiero ahora, y termino, a esa vanidad de la que acabo de hablar. Por supuesto que debo incluirme. Todos somos vanidosos más o menos. No se puede ser creador sin esa pizca de vanidad —orgullo a veces— que sustenta el atrevimiento de poner sobre el papel nuestras palabras esperando que tengan el beneplácito de algún lector. Lo que ocurre —y este es el colmo de mi propia vanidad— es que a veces te preguntas ¿de qué diablos, se envanece este? ¿hay algo más irrisorio que la estupidez pretenciosa? Malos son estos tiempos, se dice, para la lírica, pero también lo son para la simple inteligencia. Tiempos de escaparate y de muestrario, de ignorancia lucida en las pantallas de los televisores y hasta en los estrados de tertulias, ateneos y universidades. Tan malos tiempos como lo han sido casi siempre; y si no, véase la cita de la Soledades de Lope de Vega, siempre tan certero, que es con la que ut supra dije que quería insistir:

“O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.”

Como verás, amigo mío, todo esto y mucho más que podíamos seguir comentando no entra en los comentarios necesariamente rápidos que se hacen en las entradas de los blogs. Lo siento... o tal vez no lo siento. Con decírtelo a ti ya basta. ¿Que lo sepan otros? Pues no sé qué decirte. Ya lo pondremos mejor escrito y revisado en algún sitio, o no. En todo caso, si yo aprendiera a escribir mejor no habría necesitado tanto espacio para explicarme.

Mi mejor y más cómplice abrazo.

Enrique Gracia

miércoles, 17 de marzo de 2010

DECIAMOS AYER...

SOBRE POESÍA (III)

Vamos a intentar seguir el debate sobre Poesía y escritura con unas nuevas reflexiones sobre el tema. Para darle un poco de movimiento he pensado, en continuidad, postear unas reflexiones sobre el fenómeno poético que refuercen o cuestionen lo anteriormente escrito.

LO POÉTICO

La creación poética trata de ordenar conscientemente lo que es producto, en parte, del inconsciente y se expresa en un conjunto de signos, flexible pero rígido, grande pero limitado, el lenguaje que la sustenta, que vierte al exterior, por medio de palabras, el caos interior mediante un código establecido.

Esa ósmosis entre la libertad y la norma del signo que dibuja el poema, debe dar como fruto una forma armoniosa de expresión literaria. La forma donde la condensación y la trasposición creen universos propios del emisor y, a su vez, universos propios en el receptor. Universos que, en ocasiones, se acercan, casi se identifican, pero que también desatan y desarrollan, al ser escuchados o leídos, el mundo personal y único del individuo.

Es así que la Poesía ( es obvio que, independientemente de cual sea nuestro concepto de lo que es, siempre hay un “ello” poético que se diferencia y se sustancia, por consenso, en su misma abstracción ) es creadora y liberadora del alma y la mente del Hombre y, por tanto, base permanente de la evolución del conocimiento. Por esta razón, desde ciertas opiniones, lo poético es considerado como rastro del paso de los dioses, como nexo místico de nuestros deseos de comunicarnos y acercarnos al infinito. Sin embargo, hay que reiterar un elemento fundamental: la Poesía es un producto del lenguaje, de su utilización. Y es un modo de expresión literaria. Nada ajeno, por tanto, a los géneros.

Un poeta es un escritor. Un buen poeta no puede ser un escritor incapaz de conformar la idea a través del lenguaje. El arrebato, el "rapto", nace en el instante de la observación, del choque interior con la realidad observada. Pero esto de nada vale literariamente si el poeta no es capaz de transmitirlo con las palabras adecuadas, con el nivel necesario de escritura.