Es tremendo. La de cosas que hay que hacer, la de personas a las que hay que conocer, la de tiempo empleado, la de contactos y esfuerzos que, los que pasan a la Historia, han tenido que hacer en su vida... ¿Y todo para qué?... Para nada. El afectado directamente, con toda probabilidad, no se va a enterar, y por ello, todo lo que ocurra cuando desaparezca carecerá de sentido. Sí, puede que tenga la satisfacción, en vida, de saber que, durante unas generaciones ( pocas ), sus familiares y descendientes podrán decir: "Qué bien, hay qué ver lo importante que fue mi abuelo" ( o en cada caso el parentesco que corresponda ) pero todo eso, en esencia, se pasa muy pronto. En los cientos de miles de años que llevamos en este planeta una simple y concisa mirada a ese hecho nos hará darnos cuenta de la falta de relevancia que para el sujeto ausente tiene la llamada posteridad.
No nos engañemos: pasar a la Historia es una lata, un engorro tremendo, sobre todo si es a costa de no vivir la existencia presente sin compulsiones. Porque lo que no tiene vuelta de hoja es que aquellos que han pasado a la misma ( bueno a una de las muchas historias particulares de los distintos territorios del planeta, lo que hace el tema todavía más intrascendente y pequeño) tuvieron una existencia, en muchas ocasiones, dura e incómoda. Y eso sin hablar de una apabullante obviedad: para pasar a la Historia hay que morirse. Qué lata y qué poco gratificante... Sí, pasar a la Historia es una verdadera incomodidad y, además, absurda y totalmente inútil.
David Nihalat
David Nihalat